La Balada del Gringo Perdido

Este artículo fue escrito en el 2012 por el profesor Joe Mendelson, director de investigación en el zoológico de Atlanta e instructor en Georgia Tech. Lo he traducido lo mejor que pueda, pero siempre hay cosas subjetivas y rarezas de cada dialecto. Espero que no sufran tanto mis cantabridades.

La herpetología y el perderse. Estos son los grandes temas de mi vida. Me han dado forma a mi carrera y me han permitido descubrir especies desconocidas a la ciencia, pero también me han costado relaciones, frustrado a todos cerca de mi, y casi me han costado la vida. Sin ellos, sería otra persona, así que esto es una balada al arte perdido del perderse.

Después de la universidad, me fui de Santa Bárbara, en California, a una escuela de posgrado en Tejas para estudiar con un [mid-career hotshot] que se especializaba en la herpetología de Centroamérica. Es un gringo norteamericano que creció en Guatemala, así que para él es normal entrar y salir de esa cultura. En el primer año de mi posgrado me salió la asignatura de mis sueños. Iba a ser trasladado a una plantación de café en una región remota de Guatemala para hacer una encuesta científica de anfibios y reptiles. Tenía que hacer un transecto ecológico de la diversidad herpetológica por [la ladera/el lado] de una montaña muy pindia en la Sierra de la Minas, en el estado de Alta Verapaz. Aunque el área había sido poblada desde la era clásica de los maya, ningún biólogo había trabajado por cualquier sitio cerca de la región. Si echas un vistazo a un mapa de Guatemala, verás un lago enorme (el lago de Izabal) en el este del país. Estaba ubicado a unos treinta y dos kilómetros al oeste del lago, en el valle Polochic, a la base del [vertiente] norte del Cerro Raxón. La plantación se llamaba Pueblo Viejo, una referencia al hecho que el sitio había sido habitado por los maya desde hace miles de años. Resultaban dos problemas: 1) No hablaba ni una palabra de español; 2) aunque crecí en europa [army brat] y estaba acostumbrado a ser inmerso en culturas extranjeras, además de unos viajes de pesca, nunca había estado en latinoamérica; y 3) Guatemala estaba enrollada en una terrible guerra civil genocida (la cual, por cierto, fue instigada a propósito por la CIA en los años cincuenta).

El dia antes de ir al aeropuerto mi mentor me dio unos mapas topográficos de mi sitio de estudio y me dijo, “Si te para cualquier persona con pinta de policía o soldado, no les dejes ver estos mapas porque van a pensar que estás allí para informar a la insurrección indigena y te van a arrestar. Ah, y no traigas esas botas militares que llevas. Son las que lleva el ejército americano. Cojete algunas con pinta de turista.” Entonces pedí dinero de mis padres y me compré unas botas coloridas del REI cercano, y puse los mapas en el fondo de mi mochila.

Juro que jamás viajaré con semejante ignorancia de mi situación. Resultó que el hablar español hubiera tenido utilidad muy limitada, porque estaba en una región tan aislada que la mayoría de las personas hablaban Q’eqchi’, uno de los muchos diversos dialectos mayas en la región, y solo un poquito de español. Cada vez que aventuraba tras la parte principal de la plantación de café, encontraba [aldeanos/nativos] que dejaban todo y echaban pitando. Estaba aterrorizado. Si ellos me tenían miedo, sabía que había algo que debería temer también. Desde mi regreso, he construido una biblioteca pequeñuca sobre la historia guatemalteca, y ahora entiendo lo que no entendía cuando aquello. Resulta que los agujeritos que vi en las paredes de cemento en el pueblo cercano de Telemán eran de una masacre pocos años antes de mi llegada al país. Las guerras genocidas aún existen, y son increíblemente feas.

Tenía que hacer un transecto ecológico, y al final llegué al pueblo más alto de la vertiente de esa sierra, un pueblín Maya llamado Peña Blanca, con algún otro nombre en Q’eqchi’ que nunca pude pronunciar (los dialectos Maya tienen oclusivas glóticas a mitad de sílaba, o sea, básicamente imposibles para los hablantes que no son nativos). La gente se veía maja en Peña Blanca, y no se huían de mí. Acampe justo afuera de su pueblo, con su permiso implícito. Las primeras dos noches tuve un pequeño grupo de gente alrededor mirándome mientras hacía mi cena de campamento de mierda y preparaba mis especímenes, muestras, y notas. No nos podíamos hablar, pero logré explicar que quería acampar allí, que no les deseaba ningún daño, y que planeaba recorrer las afueras del pueblo en busca de culebras y ranas y cosas parecidas. Estaban tranquilos con eso, e incluso me trajeron las culebras que mataban en los maizales cada día (especímenes muy útiles para mi).

Después de unos días camine de vuelta a mi campamento principal en la plantación [and got read the riot act] director racista y fascista guatemalteco por haber tenido “cualquier relación con los rebeldes de la montaña” (recuerda que había un guerra civil, básicamente entre aristócratas como este tío y los maya por las montañas). Como una semana después me fui de vuelta a mi campamento, pero esta vez no se me acerba ni una persona. Estuve allí por tres días hasta que me di cuenta de que estaba haciendo algo malo – mi colección de datos egoísta para mi licenciatura estaba severamente comprometiendo su vida cotidiana.

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